altEl domingo 29/01/2010 jugamos un partido de liga sénior B contra Tres Cantos C (equipo femenino). Ante todo quiero felicitar al equipo de Tres Cantos por venir sin jugadores de nacional, sin porteros de categorías superiores y otros aditamentos por mor del afán de ganar a toda costa que a la postre demostraron ser inútiles. Vaya esta felicitación, sincera, sentida, por delante. Igualmente felicito al equipo por el juego que desplegó. Me impresionó el nivel de patinaje de las jugadoras, la colocación, las salidas de zona tan armoniosamente coordinadas, la defensa sólida. Sin duda, disfruté más de su juego que del de mi equipo. Aprendí mucho de este partido; aprendí a dónde tenemos que ir, qué nivel de patinaje, técnica individual y táctica tenemos que ponernos como meta.

Lo que ya no disfruté tanto fue el juego sucio que acompañaba a su elegante juego. Como en partidos anteriores, siguieron los codazos soterrados, los empujoncitos allá y acullá, los bloqueos del palo en los giros, cuando el árbitro no lo puede ver. Como no era la primera vez que jugaba contra ellas, jugué con presencia física, con el contacto corporal que permite el reglamento, pero sin amilanarme. El resto del equipo metía el cuerpo exactamente como lo hacían ellas; incluso, diría que menos, porque los codos nos los ahorrábamos. Entonces vino la segunda parte de esta sinrazón: las quejas infundadas, la reclamación convulsa, la acusación insostenible. Constantemente nos encontrábamos que al disputar una pastilla en la esquina, donde se mete cuerpo, se quejaban incluso antes del contacto, cuando además, para más escarnio, ellas eran con frecuencia más contundentes. ¿Por qué esa pantomima? ¿Por qué ese juego gemebundo y melodramático? No lo entiendo. Ya que se han sacudido de encima los adimentos, ya es hora de que se desembaracen del juego sucio y la pantomima. No la necesitan.

Al finalizar hubo un incidente curioso. Mi hijo, francamente enfadado por la situación, renunció a dar la mano a las jugadoras del otro equipo. Una jugadora de Tres Cantos, a quien llamaré Ironia Hemiona, le increpó por ello. Me acerqué a hablar con ella. Insistía con vehemencia en que la deportividad consiste exclusivamente en darse la mano al finalizar. La cara de mi hijo era de máxima perplejidad. Yo le argumenté que no, que la deportividad se practica durante todo el partido y que darse la mano al final no es más que la celebración de esa deportividad. Si dicha deportividad no ha existido antes, darse la mano al final es un rito vacío, por no decir un puro acto de cinismo. Ironia no supo muy bien que replicar, pero al final dijo que nos habíamos "caneado" por igual. No, eso no era cierto -mantuve-; ellas fueron las que jugaron al codo y a la pantomima. Ironia, que antes jugó contra ellas, ya no se acuerda de su estilo de juego.

Aparte del equipo también están los padres, que no solo animan a sus jugadoras, sino que además reprenden con dureza y severidad a los jugadores contrarios y, claro es, al árbitro. En un lance en que iba a la esquina oí a una madre bramar "¡Deja a la niña! ¡Deja a la niña en paz de una veeeeeez!" No sé a qué niña se refería; no sé si una niña mete el codo con semejante convicción.

Por último, decir que fue acertada la elección del árbitro del partido, pues no se dejó impresionar ni por las quejas de los jugadores ni por las increpaciones de los padres del equipo de Tres Cantos.

P.D.: El nombre de Ironia Hemiona lo he sacado de un relato, creo que se llama BM-III, no recuerdo bien, aunque lo leí hace poco. Por cierto, pronúnciese correctamente el nombre de Ironia: no hay acento en la i.

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